miércoles, 3 de noviembre de 2021

Abadón El ángel exterminador (Cap. II - El ángel exterminador)

 -¿Por qué se llevaron al humano de Bhava? –preguntó la joven entidad. -¿Llevaron? ¿Quiénes? –¡Las potestades! –Jada estás equivocado, no fueron ellas. -¡Pero tú la viste Krodha! ¡Su armadura! –De manera que crees que solo las potestades visten armadura. -¿Y no es así? He visto a las potestades muchas veces… ¡Las maldigo cada día! -¿Y cuando las has visto llevarse a un humano? -¡Por eso es que te lo pregunto! Nunca antes las vi hacer eso. –Jada, mi joven aprendiz. A veces las dominaciones también visten armadura. -¿De verdad? ¿Alguna vez has visto a una? –Solían ser mis hermanos, mucho antes de que nacieras. -¿Tú eras una dominación? –No, no lo era, pero en aquel entonces no había tantas distinciones… -¿Pero entonces era una dominación? –interrumpió el infantil demonio.

El anciano se puso de pie y recorrió el enorme librero que cubría la pared más amplia de la estancia –No Jada, el que se llevó al humano de Bhava, no era una dominación tampoco. Tú sabes que quienes se llevan las almas cuando le pertenecen al creador, son los ángeles custodios y cuando le pertenecen a nuestro señor son los incubi. –Tomó un libro del estante y lo colocó en la mesa al tiempo que lo abría en una página, para que el joven pudiera observar.

-Las filas celestiales se dividen en nueve coros. Los serafines acompañan al creador, son los más hipócritas representantes de su ego, pues lo llenan todo el tiempo de alabanzas. Luego están los querubines, ellos guardan y protegen las creaciones más sagradas del señor de los cielos, fueron ellos quienes nos expulsaron del cielo. –El viejo cambió de página mientras observaba a su alumno- Ellos… –señaló en el libro haciendo una breve pausa- son los tronos, a menos que lo estés buscando, nunca tendrás la necesidad de enfrentarte a uno de ellos. Son seres esencialmente creadores, han construido el universo y lo siguen haciendo hasta el día de hoy. Llevan el registro de todo lo acontecido y de lo que depara el porvenir, son la fuente de inspiración de los profetas. No participan en la guerra y algunos nos han servido de aliados aunque son seres muy cercanos al creador.

-Suenan bastante misteriosos –Comentó el joven. –Sí, lo son. El cuarto coro es el de las dominaciones, ellas mantienen el orden del universo de acuerdo a la voluntad del creador. Son nuestros principales enemigos, pues comandan las acciones de otros coros en la guerra. -¿Cómo a las potestades? –Sí, también a las potestades. El quinto coro lo constituyen las virtudes, tú has destruido algunas de ellas. –añadió el anciano sonriéndole a su discípulo. –No son muy poderosas, las recuerdo bien. –Ellas inspiran a los humanos a cumplir la voluntad del señor del cielo. A las potestades ya las conoces, se encargan de proteger el destino de las almas humanas, si bien son los custodios quienes aconsejan a los humanos y los guían al paraíso en su muerte, ellas tienen el poder suficiente para enfrentarnos directamente y destruirnos. -¡Las malditas me han quitado muchas almas! –Lo sé Jada, algún día tendrás la fuerza para luchar contra ellas. El séptimo coro es el de los principados, ellos luchan en contra de los poderosos Lores, son entidades astutas que no se prestan a enfrentamientos directos -¡Cobardes! –Debes de tener especial cuidado con ellos, se inmiscuyen en las grandes decisiones de los humanos, a veces incluso toman su forma. Interfieren en su política y los organizan contra nosotros. Algunos de ellos incluso han puesto a muchos de los nuestros a su servicio, algunas veces sin que nuestros hermanos sean consientes de esto. -¿Cómo? ¿Dices que hay demonios que les han servido voluntariamente? –Así es querido, me decepcionaría mucho si tú llegas a hacer lo mismo. –¡Claro que no Krodha! Yo le soy fiel a nuestro señor liberador. –Bien –Asintió el viejo demonio al tiempo que cerraba el libro.

-De los coros octavo y noveno seguro escuchaste mucho cuando eras humano. Son los arcángeles y los ángeles, los primeros son los más poderosos de todos los seres celestiales, son solo siete, los emisarios directos del creador, dirigen y ejecutan sus encomiendas más importantes, los verdaderos comandantes en la guerra. -¿Quieres decir que están por encima de las dominaciones? –Has entendido bien Jada. Nunca te enfrentes a uno, poseen una fuerza temible. Los ángeles en cambio, son los seres más débiles, pero también los más abundantes, los custodios forman parte de este coro, acompañan a los hombres en sus actividades cotidianas, lo más seguro es que nunca te enfrenten individualmente, tu poder es muy superior al de ellos.

Krodha caminó nuevamente al estante y colocó el libro en el lugar de donde lo había tomado. Jada lo observaba hacer esto mientras asimilaba toda la información que había recibido. –¡Pero maestro! –insistió- ¿Entonces el celestial que se llevó al humano de Bhava a que coro pertenece?

El viejo observó con mucha seriedad a su discípulo. –Él no pertenece a ningún coro. Aquel que viste no es una entidad celestial aunque siempre ha luchado a su lado. En mi opinión nunca ha existido ser más leal al creador. -¿Pero si no es un celestial, entonces qué es? –Él comparte la misma naturaleza demoniaca que nuestro señor, fue desterrado del cielo para luchar desde la oscuridad y por miles de años mantuvo apresado al gran Lucifer. Ese a quien viste, es conocido como Abadón el exterminador.

Abadón El ángel exterminador (Cap. I - El recién nacido)

 -Es una gran tragedia. –Comentaban los conductores del programa musical matutino- Haber fallecido a tan corta edad. –El pequeñito seguro irá derechito al cielo. –Sí, sí, sin intermediarios llegará derechito con Dios. –Claro, Dios lo recogerá directamente en su regazo. –Ahora será un angelito de Dios, enviamos nuestras condolencias a la familia y todo el apoyo que podamos darles. –Así es Javier, pues nada más que comentar que los caminos de Dios son misteriosos y que a veces cuesta entender su voluntad, pero el pequeño pues ya está en un mejor lugar. –Así es, así es. Ahora vamos con una canción de los grandes del momento…

Sara quitó la radio que escuchaba en su teléfono, ella había conocido al pequeño Raúl, hijo de una amiga de su hermana mayor, no había alcanzado su primer año de vida. Su familia era muy querida en la ciudad, era gente muy apegada a la iglesia. Se preguntaba qué mal estarían pagando o de que desgracia se habría salvado el niño con su muerte, más aún considerando la terrible manera en que había perdido la vida, secuestrado y torturado, sino la más, una de las víctimas más violentas del narcotráfico. ¿Sería verdad que se convertiría en un Ángel? Se preguntaba la jóven. Esa muerte no podía ser obra de otro que del demonio mismo.

 Bajó del autobús con estos pensamientos, había una multitud de personas vestidas de negro afuera de la funeraria donde velaban al infante. Ella realmente no quería estar ahí, “De todas maneras a nadie le gustan los funerales” pensó.

 Al entrar al recinto ya escuchaba los llantos de los familiares, buscó rápidamente con la mirada a su hermana, no la encontró. No conocía a nadie ahí, ni siquiera a la madre de Raúl, la había visto un par de veces con su hermana, pero nunca había hablado con ella. Siguió el sonido de los lamentos hasta que llegó al féretro. Ahí estaba la mujer llorando desconsolada, Sara no recordaba su nombre. Se preguntó si sería prudente acercarse, después de todo estaba ahí para darle el pésame. Observó a la gente que rodeaba al niño, todos estaban destrozados, la imagen le causaba ganas a ella misma de llorar, se resistió. Le llamó la atención un hombre de gabardina negra, parado a los pies de Raúl. No le veía el rostro, pero parecía ser el más tranquilo de los presentes.

 Caminó hasta la madre del difunto que apoyaba su cabeza sobre el féretro. Con cuidado le tocó un hombro. Cuando la mujer la vio, se arrojó a sus brazos mientras gemía desconsoladamente -¡Mi niño! ¡Mi niñito! –repetía una y otra vez. La abrazó con fuerza tratando de calmarla, no sabía que decir, ella misma estaba a punto de soltar el llanto cuando sintió que la mujer dejaba caer su cuerpo, apenas pudo sostenerla mientras los hombres más cercanos se acercaban a ayudar. Se había desmayado.

 La jóven se sentía muy asustada, retrocedió unos cuantos pasos y su hombro rosó con el del hombre que estaba a los pies del niño. Le pareció extraño que estando todos los presentes atentos a la afligida mujer, él fuera el único a quien pareciera no importarle. En ese momento el hombre giró y observó a Sara con atención, parecía sorprendido. A ella le impresionaron sus ojos verdes cristalinos, tenían algo fuera de lo común, pero no supo distinguir qué. El hombre sin decir palabra alguna se retiró rápidamente. Sara le siguió con la mirada hasta que lo perdió entre la multitud.

Cadáver

Soy un cadáver con vida,

un ser que se esfuerza inútilmente por palpitar día tras día.

No estoy vivo, estoy muerto y dentro de este cuerpo podrido,

está una conciencia muda que aún percibe el mundo.

Al principio pensé que era un sueño,

que mi muerte en realidad nunca había sucedido.

Pero la profunda oscuridad en que me hallaba,

No me decía lo mismo.

Cuando quise gritar, no producí ni un gemido,

traté entonces de moverme pero nunca lo logré.

Soy un cadáver con vida que se arrastra por los días,

mientras ve con desespero a su dura carne caer.

Y a pesar de todo esto, por más y más que pienso,

Sólo hay una cosa que me hace temer.

Al terminar esta tortura, ¿Qué seguirá después?.

Amor cruel

 No me hieren tus palabras, no me hieren tus acciones,

no me duelen tus silencios tanto como tus contradicciones.

cien días pasaron que lloré por tu atención,

invierno largo imperceptible, en que pensaba yo en tu voz.

Te negaste repentina, así alejaste a tu persona,

Cambio drástico e incomprensible, que me costó mucho aceptar.

Así mi alma flagelada, humillada y ya olvidada,

se comenzó a resignar.

No después de tanta suplica, que no quisiste escuchar,

Te habías ido de mi vida, no había más que replicar.

Decidí mirar al cielo y me refugié en aquel frío viento,

propio y distintivo de esa mi ciudad natal.

Con el tiempo fui sanando, hasta que te comencé a olvidar,

jugada cruel no del destino, juego cruel que hiciste de mi.

Pues decidiste regresar, cuando creí ya haber sanado,

reabriste esta cicatriz.

Buscaste mis atenciones, me pediste mis palabras,

me hablaste de mil problemas, cuando bien sabías que eras feliz.

No cabía yo ya en tu vida, pero me querías ahí.

No reclames mis silencios, no tienes nada que exigir,

Tu juraste y perjuraste que me querías aun más a mi,

de lo que yo podría quererte alguna vez.

Pero yo sigo aquí sangrando cuando tu vives feliz.

No me pidas atenciones, mujer cruel, aléjate de mí.

Deja de beber mi sangre, déjame también vivir.

El aire no huele a vino

 Pero que sensación, la de caer constante, infinito.

Pero que excitación provoca el barrer las nubes con el rostro.

Destellos de arcoíris iluminan a mi espíritu.

Metro con metro, cada segundo al descender.

Es tan grande el miedo que creo que voy a enloquecer.

Tal vez podré tomar una siesta antes de tocar el suelo.

Sigo quemado por el sol.

A veces me olvido que caigo.

Si.

En una de esas dormiré.

A veces me olvido de que duermo.

Creo que en una de esas nadaré.

Profundo en el cielo.

Hasta tocar el fondo.

¿Quién grita?

¿Quién llama?

¡Ah!

Tan solo son ustedes...

Pero ustedes están muertos.

¿Ya lo olvidaron?

¡Mentira!

Es que todavía no saben que ya tocaron fondo.

¡Ja!

A veces...

Cuando olvido que me asfixio.

Siento que me quemo.

Y algunas de esas veces me pregunto,

cómo será aquel impacto que me arrebatará el sol.

Tal vez será como un...

¡Pum!


La vida no es una canción

 Hoy no hay tabaco, hoy no hay café.

El día de hoy no se oyen las risas,

esta noche no se oyen más voces.

Son sólo susurros los que acompañan nuestros pensamientos,

son esos murmullos los que nos impiden dejar de mirar.

Hoy no huele a humo, hoy nadie se queja.

Los minutos pasan y sus pasos nos alejan,

y aunque nosotros no giramos,

ellos giran por nosotros.

No como quisiésemos que fuera,

no a donde lo pudiéramos desear,

es que preparan las sorpresas que en diez años nos traerán.

Y no importan las tragedias, mucho menos las promesas,

porque los momentos cambian,

tanto rostros como risas,

tanto amores como pensamientos.

Por eso hoy ya nadie se queja,

y aunque sollozos no nos faltan,

nadie tiene ganas de llorar.

Pocas cosas son peores que ser causa y consecuencia,

de algo que nadie se atreve a desear.

Caminos sin gloria

Hay caminos que se forjan con hierro, en las calles dónde reina el trueno. En los reinos del caos, dónde la lluvia es más bien consecuencia de llanto, sangre y dolor. Aquellos que caminan por estos, conocen bien a la muerte y a la destrucción, han visto lo que es la miseria y la marginación, son almas que buscan la vida, desesperadas no imaginan otra opción.

Hay caminos que se esculpen en la nieve, que se moldean con el calor. Son los senderos de las tierras olvidadas, propias del frio y la desolación. No hay olores que los adornen, no hay colores que llenen sus paisajes. No hay compañías que acompañen a las pobres almas que andan por estos. No hay momentos para compartir, ni recuerdos que valga la pena recordar. Son calles llenas de amargura, que transportan gente amarga, carente de convicción.

Hay caminos que se trazan ocultos, productos del miedo, el odio y el valor. Rutas llenas de misterio, espacios donde ya no hay incertidumbre, donde se planea el futuro, donde se esculpen destinos. Hogares de los oportunistas, los corruptos y sus hijos. Aquí no existe sufrimiento, ni miseria, ni dolor. Pero el tiempo no perdona y cuando menos los esperen, sus castas pagaran con sangre, violencia y fuego.

Y están los caminos seguros, están los senderos correctos, los trazos bien aceptados, por los que andan las multitudes, caminos hechos desde el cielo, desde la silla y desde el pueblo, orígenes bien conocidos, destinos que no lo son tanto. Moldeados por los forjadores, que con cada golpe alcanzan un poco más el cielo. Aquí es donde la vida ocurre, donde se crían los rostros, donde se cumplen los destinos. No es difícil vivir el camino, no es fácil tampoco aceptarlo, solo quien forja cuestiona, pero nunca logra rechazarlo.

Y están esos otros caminos, que no proyectan un destino, que fácilmente borran los rastros. Caminos que olvidan origen, aquellos que nunca vienen, esos que siempre van. Caminos donde no se teme, donde nunca gobierna la confusión. Estos existen solo en cada paso, comenzando por la punta y muriendo en el talón. Son caminos que se cruzan, con destinos y horizontes, caminos que no existen por si mismos, sino que caen en los hombros, de andantes sin sentido. De seres únicos y especiales, pero tan comunes como el cielo, cotidianos como cada estación.

Todos son capaces de ver estos caminos y a quienes andan en ellos, pero nadie es capas de seguirlos. Pues es que quien anda a través de ellos no busca lo mismo que el resto. No busca algo conocido, no busca más que una canción. Estos andantes no aceptan, no entienden, no quieren. Estos sujetos no piensan, solo sueñan, solo huelen, no conocen un verdadero amor. No hay alimento que les sacie el hambre, ni compromiso capaz de atarlos a un ideal, a una razón. Estos seres, no son oportunistas, no son justos, no tienen color. No son calientes ni fríos, no son tibios, no poseen sabor. Caminan sin pena ni gloria. No hay mal que les dañe tanto, ni bien que les beneficie. Son seres transparentes, iluminados por el sol, oscurecidos por la noche.

Seres que aman la lluvia, tanto como aman un llanto o una conversación. Seres que ven la belleza, de la sangre, de la muerte, de las tradiciones, gente que gusta de amar, entes que aprecian la calma, entes neutrales que ven en el universo, una belleza absoluta en su máxima expresión. En ellos no caben los juicios, en ellos no cabe el repudio.

Sufren para sentirse vivos, viven para extrañar el dolor. Comen para disfrutar sabores, pasan hambres por convicción, la vida es un experimento y vivir solo una profesión. Siempre se sienten vacíos, pero saben saciar su corazón. Son seres insatisfechos, seres que viven deseando una vida que jamás tendrán. Para ellos los sueños son una realidad cotidiana y soñar algo parecido a un don, se permiten vivir otras vidas en su imaginación, desean todas las experiencias, añoran todas las canciones. Matarían por saber qué es matar y darían la vida a alguien si eso fuese capricho de su alma. No son seres buenos ni malos, no son incomprendidos ni hay quien los pueda comprender. Defienden los puntos de vista de dos enemigos mortales sin casarse con una opinión.

Ellos no hacen camino que se pueda seguir, no forjan caminos, no derriten hielos, no excavan tumbas, son vagabundos sin rumbo a los que no les faltan hogares para regresar.

El vagabundo

El hombre trataba de refugiarse de la lluvia, corría por la calle sujetando al cachorro que acababa de encontrar. -No te preocupes amigo, yo conozco un lugar, ahí no nos va a pasar nada, nos van a dejar en paz esos hijos de su puta madre. ¡COMO BIEN CHINGAN!. -El hombre, en su carrera, conversaba distraído con el animal, era tal su concentración en este que no notó un ladrillo que se hallaba tirado sobre la acera, y a pesar de la advertencia que le hizo una señora que se refugiaba de la lluvia en la tienda que estaba frente al bloque. El vagabundo tropezó terriblemente, golpeando su cara de lleno contra el pavimento.

Un hombre de traje rápidamente salió del negocio con la intención de socorrer al hombre que sin revisar su propia condición, observaba atónito a su perro. -Señor, ¡se encuentra bien?, está sangrando. -El sujeto trajeado intentó ayudar al otro a reincorporase, pero en cuanto lo tocó, el vagabundo dio un grito estrepitoso y se echo a correr. dejando visible una gran mancha de sangre sobre la acera.

-¡No nos atraparán pancho! -Decía el vagabundo al cachorro. -Esos hijos de la chingada me traen ganas desde hace mucho, pero se la van a pelar, me voy a vengar de todos estos pendejos de mierda. ¿Sabes por qué?. -... -Pérate, deja que te cuente primero. -El vagabundo mirando hacia atrás, y asegurándose de que no era perseguido, se detuvo, aún escurría un chorro de sangre de su nariz que se mezclaba con la lluvia. Entonces, acercando sus labios a una oreja del cachorro, susurró. -Tengo un plan... todos se van a morir, pero no lo puedo hacer solo... -El vagabundo miró a su alrededor para verificar que no estaba siendo escuchado ni espiado por nadie, luego continúo. -Pancho... necesito tu ayuda, sólo puedo confiar en ti. 

Para ese momento la lluvia ya se había calmado, quedaba tan solo una llovizna que ya tenía bastante harto al hombre. Él y el cachorro llegaron a una bodega vieja que parecía abandonada. -Tal vez no lo creas Pancho, pero este es un lugar mágico. ¿Eh? -... -¿No me crees? -... -Entiendo. -... -¿Prefieres que te diga Francisco? -... -Bueno, déjame mostrarte el lugar. -Finalmente concluyó el vagabundo, mientras se rascaba la cabeza observando al animal que cargaba en sus brazos. El hombre caminó rodeando la gran estructura hasta que llegó a una pequeña caseta que quedaba a un costado de la bodega. Introdujo el brazo por una ventana rota y abrió la puerta.

-¡Vamos amigo!, sacúdete a esos malditos, ¡si no te los quitas de encima te robaran el alma! -Alegó el vagabundo mientras dejaba al cachorro en el suelo, acto seguido, cerró la puerta. Era un lugar agradable, el vagabundo tenía ya algún tiempo viviendo ahí. A pesar de sus gustos exóticos, había logrado hacer una habitación cómoda, tapizada de cobijas, colchones y montones de objetos raros que había encontrado en sus andanzas por la ciudad. -¿Sabes Pancho? -Preguntó el vagabundo mientras se quitaba la ropa mojada. -¡Está bien! Francisco... -... -Si, como quieras. -... -Esta bien, ¡Ya pues!. -... -Discúlpame. -... -Gracias. -El vagabundo se había quitado toda la ropa y la cargaba en su brazo derecho, caminó al fondo de la habitación y abrió una puerta que daba directo a la bodega. El cachorro lo siguió.

Justo afuera había una cubeta de metal en la que el hombre depositó la ropa. Tomó entonces una botella con gasolina que se encontraba junto a la cubeta, y roció la ropa mojada con todo el contenido. Ya agachado, tomó una caja de cerillos que se encontraba también ahí en el suelo. Dirigió una mirada al perro tan oscura, que este retrocedió temeroso y luego dijo. -¡nomás deja que consiga unas tijera pa' pelarte a ti también!... -Así prendió fuego a la ropa. Si alguien más hubiera estado ahí, hubiera podido ver en sus ojos, esa rara excitación que le provocaban las llamas.

Noches de réquiem: Capítulo 1, "tan sólo deseos"

 Tan sólo deseos

 Neinte estaba corriendo por la calle lluviosa, una fuerte tormenta azotaba esa noche. El muchacho se detuvo frente a una gran estrella en medio de la calle, era una estrella roja que ardía en fuego, su calor se podía sentir desde distancias lejanas. Pareciera que todo lo que entrase en ella, quedaría instantáneamente calcinado.

 Él miraba a la estrella roja ardiente, estaba sorprendido y maravillado, pero de alguna manera sentía que sabía todo acerca de aquel extraño suceso. Dio entonces unos pocos pasos, acercándose con cautela a la estrella y ya cuando empezó a sentir que el calor lo abrazaba, la estrella desapareció descubriendo a una mujer desnuda que ardía en llamas sin que estas parecieran consumirla o causarle daño alguno. Su cabello emanaba una extraña luz rojiza y sus ojos mostraban un llamativo color carmesí.

 La extraña joven se acerco a él y le acaricio suavemente el rostro, fue una caricia muy suave y tan caliente, que Neinte se preguntó cómo era posible que no le provocara algún dolor. Ella acercó suavemente sus labios a los de él y ya cuando estaba muy cerca, susurró. -Bebe de mí, y vivirás por siempre. –Entonces, con la misma suavidad con que lo había acariciado, lo besó.

 Fue cuando Neinte despertó, era la tercera vez que soñaba lo mismo, no le sorprendían sueños así, pues él siempre había tenido esa clase de sueños, sin embargo le resultaba inquietante saber que había detrás de ese en particular. Había algo que lo tenía perturbado, tal vez era la sensación de aflicción con la que despertaba cada ocasión que soñaba eso.

 Miró el reloj junto a su cama, eran las 5 de la mañana, siempre que despertaba a esa hora, encontraba grandes dificultades en volver a conciliar el sueño, de modo que ese día decidió ni siquiera intentarlo. Se levantó y se puso a limpiar el pequeño cuarto en el que vivía. Era una tarea que no le tomaría más de 15 minutos. Llevaba ya tres años rentando ese lugar, el precio era realmente barato, era una habitación que había quedado separada del hospital cuando lo remodelaron, tal vez había sido un error, como sea, en el hospital no sabían qué hacer con esta, de modo que Neinte había logrado que se la rentaran a un buen precio.

 Sus padres habían muerto cuatro años antes y él vivía bajo la supuesta custodia de su tío Miguel, pero este era muy aficionado a viajar y nunca quiso llevar a Neinte consigo. Con el tiempo y sin que nadie se lo impidiera, Neinte decidió vivir por su cuenta. Tal vez por todo esto, se había convertido en un muchacho apático y sin ganas de vivir. Era una persona extraña e incomprensible hasta para si mismo.

 Neinte estudiaba el tercer semestre de preparatoria, aunque no tenía vocación para el estudio, realmente no lo hacía por que quisiera llegar a ser algo en su vida, más bien era por negocios. Trabajaba vendiendo narcóticos en su escuela para un narcotraficante, él no consumía la droga, pero tampoco le importaba lo que fuera de ella, se limitaba a hacer lo que tenía que hacer. No era un trabajo que le gustara, pero era su forma de ganarse la vida, el “cómo” era lo de menos.

Había entrado a ese negocio gracias a un amigo suyo, cuando dejó la casa de su tío. Le había dicho a Neinte que así conseguiría mucho dinero y al principió fue así. Pero cuando había pasado un mes y todo parecía ir de maravilla, su amigo murió en un ataque de otro grupo de narcotraficantes. Él quiso entonces salirse pero lo habían amenazado con matarlo, así que decidió seguir vendiendo más bien poco, lo suficiente para vivir y no tanto como para llamar la atención. Sin embargo, esta baja venta ya le empezaba a ocasionar problemas con los narcotraficantes.

 Neinte ya había terminado de limpiar y había estado sentado un rato en su cama mirando al suelo, miró el reloj junto a su cama, eran las 6 de la mañana. Sacó una pequeña parrilla eléctrica que estaba debajo de su cama y la conectó, luego sacó de una hielera unas salchichas y las empezó a cocinar en la parrilla. En cuanto termino de comerlas, sacó de una rajada en el colchón un paquete de marihuana, la introdujo en su mochila y se dispuso a ir a su escuela.

 Como siempre, llegó, se sentó y estuvo ahí todo el día, mientras entre alguno y otro conocido vendía parte de la mercancía. Estaba sentado, distraído, había olvidado que existía un mundo a su alrededor, cuando escuchó pronunciar su nombre, alzó la vista buscando de donde había salido la voz, pero no distinguió quien lo llamaba. Volvió a escuchar que pronunciaban su nombre, se dio cuenta que era una voz de mujer, miró hacia la puerta del salón y vio allí, de pie, mirándolo a él, la mujer que había soñado, aquella que andaba desnuda y ardía en fuego. Neinte se quedó perplejo ante este suceso, y de tal sorpresa volteo a ver si alguien más se había percatado de la presencia de la joven, nadie parecía haberla visto. Quiso entonces volverla a mirar pero ella había desaparecido. En ese momento se acerco un compañero de clase, Riesel se llamaba. -Oye Neinte ¿me trajiste lo que te pedí güey? -Neinte ignorándolo, se levantó bruscamente de su silla y corrió hacia la puerta, miró a los alrededores del salón y no la encontró, siguió corriendo mirando de un lado a otro buscando a esa joven misteriosa que se había presentado en sus sueños, corrió hasta que ya se había alejado mucho de su escuela y no estaba seguro de dónde estaba.

Se detuvo un momento y mirando a su alrededor dijo casi para sí mismo. -¿Quién eres? -Luego bajó su cabeza un poco decepcionado, pero entonces, sin esperarlo escuchó una respuesta que no tenía lugar de origen aparente. –Yo, soy.  -¿Qué quieres de mí? -Preguntó Neinte con firmeza. -Te quiero a ti. –respondió la misteriosa voz. -¿A mí? -Pronto será el día, pero espera un poco más. -¡¿El día?! ¡¿Para qué?! –preguntaba Neinte exaltado y confundido. Ya nadie respondió, se había ido, entonces el muchacho lentamente se sentó junto a un muro, mientras de uno de sus ojos corría una lágrima fría y triste.

Había pasado una semana y Neinte no dejaba de pensar en su encuentro, seguía despertando todas las noches a las 5 de la mañana, pero ya no soñaba nada. Como siempre, se puso a limpiar su cuarto, sacó la parrilla, y abrió la hielera, pero adentro ya no había nada, había dejado de ir a la escuela desde aquel día, era por eso que ya no había vendido nada, no tenia dinero, y posiblemente el narcotraficante para el que trabajaba estaba muy molesto, como fuera a él no le importaba, cerro la hielera y se recostó en su cama.

 Estuvo varias horas ahí, solamente mirando el techo, cuando extrañamente tocaron a su puerta. Algo que no pasaba a menudo. -¿Estás ahí muchacho?, espero que te haya pasado algo tan malo que te impidiera ir a pagarme el dinero que me debes. He sido paciente contigo Neinte, a pesar de que vendes poco, así que quiero que seas responsable ¡y me pagues de una buena vez!  Porque si no es así, te va a doler haber nacido, ¡abre ya maldito muchacho! –Gritaba el hombre mientras forcejeaba violentamente la puerta. -Voy a volver mañana y más te vale tener todo mi dinero. Se fueron los visitantes y después de algunos minutos, Neinte se levantó de su cama, abrió la puerta y salió.

 Había comenzado a llover y toda la gente se refugiaba en locales comerciales y en sus casas, pero Neinte caminaba bajo la lluvia como si nada pasara. Llegó hasta un pequeño parque y se sentó en una banca techada, no pasó mucho tiempo para que una joven se sentara a su lado, ambos estaban muy mojados. -Hacía mucho que no llovía tanto. Neinte la miró y luego regresó su vista al suelo sin decir nada. -¡Oye! ¿no me reconoces? somos compañeros de clases, va medio semestre y no hemos hablado nunca, ¿por qué eres tan serio? -Neinte la volvió a mirar. –Cierto, me parecías conocida. –La muchacha río alegremente. -¿Y no sabes cómo me llamo? –Neinte se dio cuenta en ese momento de algo que no había notado antes, una verdad tan importante que lo hizo sentirse mal consigo mismo, realmente tenía años sin interesarse en el nombre de una persona, ¡ni siquiera sabía el nombre de sus compradores más frecuentes! ¿Desde cuándo era así? ¿Cuándo era la última vez que había hecho un amigo? Era… desde Nicolás, el amigo que lo había llevado al mundo del narcotráfico, esto era aún más deprimente. Neinte se había quedado inmerso en estos pensamientos cuando la chica continuó. –Me llamo Diana bobo. ¿Vives aquí cerca? –Neinte que tenía otra vez puesta su atención en ella, casi sin pensarlo negó con la cabeza. –¡Entonces vamos a mi casa! Así te secas mientras se calma la lluvia. –Dijo energéticamente diana.

 Llegaron a la casa de la joven, ella sacó una llave y abrió la puerta, entraron. Después de prestarle una toalla a Neinte se dirigió a cambiarse a su recamara. Neinte se quedó esperando en el vestíbulo, le parecía una casa muy grande, nunca había estado en un lugar como ese, aunque seguro no era tan grande como debía ser la casa de su patrón. Casi todo estaba alfombrado los sillones de la sala parecían muy cómodos y el medio baño de la entrada era mucho más grande que el baño completo que tenía en el cuarto que rentaba. Todo estaba decorado con cuadros de pintura y estatuas muy elegantes, por fuera la casa no parecía tan lujosa. Finalmente bajó Diana por las escaleras, llevaba puesta una pijama blanca teñida con flores azules. -¿Quieres comer algo?  -Neinte tenía mucha hambre, así que no pudo evitar mostrar una expresión de felicidad cuando escuchó esto. Diana sonrió. –Ven, creo que todavía queda pizza.

 Diana la puso en un plato y la puso a calentar en el microondas mientras le servía una taza con chocolate caliente. –Hace frío, mejor tomamos algo caliente. ¿Te gusta el Chocolate con leche? –Neinte se sentía muy extraño con tantos gestos de amabilidad, no estaba acostumbrado a que lo trataran así, y tampoco estaba seguro de haber probado antes semejante bebida. –Gracias. -Pudo pobremente decir el muchacho a pesar de que verdaderamente estaba agradecido, no sabía cómo reaccionar.

 Cuando Diana le sirvió el plato Neinte empezó a comer sin parar, era notable que tuviera hambre pues acabó pronto con la pizza. -Diana que lo observaba sentada junto a él preguntó.  –Siempre comes solo ¿verdad? –Neinte se sintió confundido con esa pregunta, nuevamente Diana lo había llevado a reflexionar sobre sí mismo, ciertamente comía solo. Pero siempre hacía todo solo en realidad, ahora comenzaba a sentirse mediocre, esa muchacha lo empezaba a molestar.

 –Pues sí, vivo solo. –Finalmente contestó. –Sí,  yo también. Bueno, algo así. –Admitió la joven. –Mis papás se divorciaron y mi mamá viaja mucho por el trabajo, así que yo también estoy sola casi siempre. –Bueno, con una casa así yo no me quejaría. –la muchacha le sonrió a Neinte. -¿Y tú por qué vives solo? -¿Yo? Bueno, es que me salí de la casa de mi tío. -¿Y tus papás? -Se murieron hace 4 años.  -Oh, perdón. –Contestó Diana afligida. –Pero eso fue hace mucho. –Dijo Neinte a manera de disculpa. -¿Entonces de trabajas? –Neinte no se había dado cuenta a dónde iba la conversación hasta ese momento, sabía bien que eso era algo que ella no debía conocer.

 –Sí, bueno, ahora no estoy trabajando, renuncie esta semana, debería conseguir otro. -¿Y dónde vives? –Neinte se sintió aliviado. –Rento un cuarto junto al hospital general.  -¡Vaya vida que tienes! A mí me gustaría ser así de independiente.  –Este gesto de admiración le arrancó una inesperada sonrisa. Por alguna razón que no entendía, Neinte se sentía muy bien hablando con ella. –No ha dejado de llover. –Dijo Diana mirando hacia una ventana. -¿Quieres ver una película?

 Neinte estaba recostado en una cama extraña, solo mirando al techo, pensando si lo que estaba haciendo era correcto, pensaba en su nueva amiga, era la primera amiga que había tenido en su vida, sentía que abusaba de su confianza, la lluvia se había prolongado tanto que le había insistido en quedarse ahí. Realmente tenía muchos motivos para desear hacerlo, aun más cuando recordaba que al día siguiente lo buscaría el narcotraficante para el que trabajaba, tal vez si le devolvía la hierba que no había vendido. Tal vez era momento de hacer algo con su vida. Tampoco podía sacar de su mente a la joven misteriosa que se le había presentado. No era un ser humano si ardía en fuego de esa manera. Tal vez era sólo un sueño, tal vez había estado soñando despierto. Aunque no parecía un sueño.

 Por la mañana Diana se despertó y se levantó, lo primero que hizo fue buscar a Neinte, pero cuando entró a la habitación, la encontró limpia, la cama tendida y las cosas aun mas acomodadas de lo que originalmente estaban, él ya se había ido.

 Neinte estaba en el cuarto que rentaba, se encontraba sentado en su cama con la droga en sus manos, esperaba que si les devolvía la droga, el narcotraficante y sus guaruras lo dejaran en paz, comenzaba a desear un cambio en su vida y para eso necesitaba dejar esa parte de su vida atrás. Al fin llegaron, Neinte aún estaba sentado mirando la droga cuando tocaron a su puerta, abrió cautelosamente. -Hola muchacho, sabes por qué venimos ¿verdad? –dijo maliciosamente el mafioso. Neinte sólo agachó la cabeza  y extendió las manos ofreciendo la droga.

 Diana iba caminando por la calle, se dirigía al hospital, esperaba encontrar el cuarto donde vivía Neinte, él debería estar ahí. Ya casi estaba por llegar, podía ver claramente el edificio, cuando vio a tres hombres arrojar a la calle a Neinte, los cuales no dejaban de golpearlo, ella se asustó y rápidamente llamó a la policía por un teléfono público.

 Después de unos pocos minutos de ver como lo golpeaban, decidió acercarse a auxiliar a Neinte, se dirigió corriendo hacia él, no sabía que podría hacer, pero sería mejor que quedarse viendo de brazos cruzados. La situación se hizo aun más desesperante cuando vio que sacaron una pistola y le apuntaron a la cabeza al joven que ya no daba muestras de resistirse. Diana no pudo evitar gritar que se detuvieran, El grito llamó la atención de todos los presentes, pero para Neinte la visión representó aun más, pues vio en Diana a la mujer misteriosa de ojos carmesí y cabello como el fuego que había estado soñando, por un instante se sintió feliz, pero sus ilusiones desaparecieron al verla caer al suelo con un disparo en la cabeza.

 Fue en ese momento crucial, cuando Neinte se descontroló, fue justo en ese instante del tiempo que finalmente, después de tanto, perdió su cordura. Y en un ataque de furia arrojó al suelo al hombre que había matado a Diana. Se escuchó entonces una patrulla acercarse, rápidamente los narcotraficantes se fueron, dejando ahí a Neinte, él encontró un arma tirada, se le había caído al hombre que disparó a Diana, cuando lo tumbó. Tomó la pistola y se fue corriendo.

 Neinte estuvo muchas y largas horas deambulando por la ciudad, estaba llorando, había pasado ya mucho tiempo desde la ultima vez que lloraba, al fin había encontrado a la persona que buscaba y no se había dado cuenta, pero ya la había perdido, aunque nadie se lo había dicho, él creía que cuando la encontrara su vida mejoraría, pero ahora había muerto y ya no veía salida al agujero donde estaba. Realmente se sentía frustrado y enfurecido.

 Esperó hasta en la noche y cuando ya era muy tarde, fue al lugar donde recogía la mercancía, era un bar perteneciente a su patrón, entró y camino hasta el almacén del local, ahí estaban dos guaruras del Jefe, Neinte sin dudarlo disparó al primero matándolo, y luego se acerco apuntándole en la cabeza al segundo que estaba perplejo mirando el arma que había perdido.

 Neinte miró a los ojos al hombre que sudaba de miedo y con una frialdad total preguntó. -¿Dónde está?  -¡No sé!, ¡No sé!, ¡No me mates!, ¡Por favor!, ¡No sé donde esta!  -¿seguro? -Empezó a apretar el gatillo lentamente. -¡Esta bien, muy bien! –chilló el hombre histérico.

 En ese momento el muchacho escuchó unos pasos junto a la puerta e instintivamente se agachó, un escopetazo que iba dirigido a él asesinó al pobre hombre. Inmediatamente después, se fue corriendo, había logrado escapar, por poco había logrado que lo mataran, pero seguro lo asesinarían pronto. En ese momento tenía una mezcla de sentimientos tan intensos que sentía le carcomían el estomago, era como una ira reprimida, mezclada con una gran tristeza, melancolía y desilusión. Tal vez, por esto y sin hacerlo conscientemente estuvo corriendo un largo rato.

 Neinte corrió hasta que no supo donde estaba otra vez, hasta que se sintió completamente exhausto, se sentó junto a un muro y empezó a llorar, no sabia con seguridad lo que estaba haciendo. En ese momento y casi instantáneamente, se liberó una tormenta.

 El muchacho titiritaba de frió, el agua caía a borbotones y no parecía que nadie se atreviera a deambular por la calle esa noche. De pronto, de la nada se escucho una voz que parecía susurrar directamente en el oído de Neinte. -Ha llegado la hora.  -¿Diana? ¿Diana eres tú? –Preguntó el joven buscando a su amiga con la mirada.  -Ahora serás mío.  –No Diana, no, no lo valgo. –Chilló el muchacho.  -Tú no decides cuanto vales, eso lo decido yo.  -¡Pero te dejé morir! -La muerte es un estado que solo los vivos conocen, le dan un nombre a algo falso, que realmente no existe.  -Aún así, yo sólo soy basura, no soy nada. –Neinte lloraba amargamente, sentía que en cualquier momento, la garganta se le cerraría tanto que enmudecería. -Tan sólo eres un ser que se alimenta de sus sentimientos, alguien que se deja llevar por la pasión del silencio, ahora déjame llevarte conmigo.

 -En ese momento apareció la mujer misteriosa de ojos color carmesí y cabello como el fuego, se acercó a Neinte y lo tomó suavemente de la cara, la piel de la misteriosa joven le pareció muy suave y su calor a pesar de ser tan fuerte, no le provocó ningún dolor. -Bebe de mí y vivirás por siempre. –La joven acercó sus labios a los de Neinte para besarlo, pero antes de siquiera se tocasen, él la detuvo. -¡No! ¡Déjame en paz!, ¡vete de aquí! por favor, nada más vete, no merezco existir, toda mi vida, toda mi vida ha sido un desperdicio de tiempo, no merezco ¡nada!, nada. –Neinte no podía parar de llorar. Con esto la Misteriosa mujer desapareció, él tomó la pistola, se la colocó en la cabeza, cerró los ojos; y después tan sólo se escuchó un estruendo que finalizó con la tormenta, una vida más se había extinguido, un alma en pena se había liberado.