miércoles, 3 de noviembre de 2021

Noches de réquiem: Capítulo 1, "tan sólo deseos"

 Tan sólo deseos

 Neinte estaba corriendo por la calle lluviosa, una fuerte tormenta azotaba esa noche. El muchacho se detuvo frente a una gran estrella en medio de la calle, era una estrella roja que ardía en fuego, su calor se podía sentir desde distancias lejanas. Pareciera que todo lo que entrase en ella, quedaría instantáneamente calcinado.

 Él miraba a la estrella roja ardiente, estaba sorprendido y maravillado, pero de alguna manera sentía que sabía todo acerca de aquel extraño suceso. Dio entonces unos pocos pasos, acercándose con cautela a la estrella y ya cuando empezó a sentir que el calor lo abrazaba, la estrella desapareció descubriendo a una mujer desnuda que ardía en llamas sin que estas parecieran consumirla o causarle daño alguno. Su cabello emanaba una extraña luz rojiza y sus ojos mostraban un llamativo color carmesí.

 La extraña joven se acerco a él y le acaricio suavemente el rostro, fue una caricia muy suave y tan caliente, que Neinte se preguntó cómo era posible que no le provocara algún dolor. Ella acercó suavemente sus labios a los de él y ya cuando estaba muy cerca, susurró. -Bebe de mí, y vivirás por siempre. –Entonces, con la misma suavidad con que lo había acariciado, lo besó.

 Fue cuando Neinte despertó, era la tercera vez que soñaba lo mismo, no le sorprendían sueños así, pues él siempre había tenido esa clase de sueños, sin embargo le resultaba inquietante saber que había detrás de ese en particular. Había algo que lo tenía perturbado, tal vez era la sensación de aflicción con la que despertaba cada ocasión que soñaba eso.

 Miró el reloj junto a su cama, eran las 5 de la mañana, siempre que despertaba a esa hora, encontraba grandes dificultades en volver a conciliar el sueño, de modo que ese día decidió ni siquiera intentarlo. Se levantó y se puso a limpiar el pequeño cuarto en el que vivía. Era una tarea que no le tomaría más de 15 minutos. Llevaba ya tres años rentando ese lugar, el precio era realmente barato, era una habitación que había quedado separada del hospital cuando lo remodelaron, tal vez había sido un error, como sea, en el hospital no sabían qué hacer con esta, de modo que Neinte había logrado que se la rentaran a un buen precio.

 Sus padres habían muerto cuatro años antes y él vivía bajo la supuesta custodia de su tío Miguel, pero este era muy aficionado a viajar y nunca quiso llevar a Neinte consigo. Con el tiempo y sin que nadie se lo impidiera, Neinte decidió vivir por su cuenta. Tal vez por todo esto, se había convertido en un muchacho apático y sin ganas de vivir. Era una persona extraña e incomprensible hasta para si mismo.

 Neinte estudiaba el tercer semestre de preparatoria, aunque no tenía vocación para el estudio, realmente no lo hacía por que quisiera llegar a ser algo en su vida, más bien era por negocios. Trabajaba vendiendo narcóticos en su escuela para un narcotraficante, él no consumía la droga, pero tampoco le importaba lo que fuera de ella, se limitaba a hacer lo que tenía que hacer. No era un trabajo que le gustara, pero era su forma de ganarse la vida, el “cómo” era lo de menos.

Había entrado a ese negocio gracias a un amigo suyo, cuando dejó la casa de su tío. Le había dicho a Neinte que así conseguiría mucho dinero y al principió fue así. Pero cuando había pasado un mes y todo parecía ir de maravilla, su amigo murió en un ataque de otro grupo de narcotraficantes. Él quiso entonces salirse pero lo habían amenazado con matarlo, así que decidió seguir vendiendo más bien poco, lo suficiente para vivir y no tanto como para llamar la atención. Sin embargo, esta baja venta ya le empezaba a ocasionar problemas con los narcotraficantes.

 Neinte ya había terminado de limpiar y había estado sentado un rato en su cama mirando al suelo, miró el reloj junto a su cama, eran las 6 de la mañana. Sacó una pequeña parrilla eléctrica que estaba debajo de su cama y la conectó, luego sacó de una hielera unas salchichas y las empezó a cocinar en la parrilla. En cuanto termino de comerlas, sacó de una rajada en el colchón un paquete de marihuana, la introdujo en su mochila y se dispuso a ir a su escuela.

 Como siempre, llegó, se sentó y estuvo ahí todo el día, mientras entre alguno y otro conocido vendía parte de la mercancía. Estaba sentado, distraído, había olvidado que existía un mundo a su alrededor, cuando escuchó pronunciar su nombre, alzó la vista buscando de donde había salido la voz, pero no distinguió quien lo llamaba. Volvió a escuchar que pronunciaban su nombre, se dio cuenta que era una voz de mujer, miró hacia la puerta del salón y vio allí, de pie, mirándolo a él, la mujer que había soñado, aquella que andaba desnuda y ardía en fuego. Neinte se quedó perplejo ante este suceso, y de tal sorpresa volteo a ver si alguien más se había percatado de la presencia de la joven, nadie parecía haberla visto. Quiso entonces volverla a mirar pero ella había desaparecido. En ese momento se acerco un compañero de clase, Riesel se llamaba. -Oye Neinte ¿me trajiste lo que te pedí güey? -Neinte ignorándolo, se levantó bruscamente de su silla y corrió hacia la puerta, miró a los alrededores del salón y no la encontró, siguió corriendo mirando de un lado a otro buscando a esa joven misteriosa que se había presentado en sus sueños, corrió hasta que ya se había alejado mucho de su escuela y no estaba seguro de dónde estaba.

Se detuvo un momento y mirando a su alrededor dijo casi para sí mismo. -¿Quién eres? -Luego bajó su cabeza un poco decepcionado, pero entonces, sin esperarlo escuchó una respuesta que no tenía lugar de origen aparente. –Yo, soy.  -¿Qué quieres de mí? -Preguntó Neinte con firmeza. -Te quiero a ti. –respondió la misteriosa voz. -¿A mí? -Pronto será el día, pero espera un poco más. -¡¿El día?! ¡¿Para qué?! –preguntaba Neinte exaltado y confundido. Ya nadie respondió, se había ido, entonces el muchacho lentamente se sentó junto a un muro, mientras de uno de sus ojos corría una lágrima fría y triste.

Había pasado una semana y Neinte no dejaba de pensar en su encuentro, seguía despertando todas las noches a las 5 de la mañana, pero ya no soñaba nada. Como siempre, se puso a limpiar su cuarto, sacó la parrilla, y abrió la hielera, pero adentro ya no había nada, había dejado de ir a la escuela desde aquel día, era por eso que ya no había vendido nada, no tenia dinero, y posiblemente el narcotraficante para el que trabajaba estaba muy molesto, como fuera a él no le importaba, cerro la hielera y se recostó en su cama.

 Estuvo varias horas ahí, solamente mirando el techo, cuando extrañamente tocaron a su puerta. Algo que no pasaba a menudo. -¿Estás ahí muchacho?, espero que te haya pasado algo tan malo que te impidiera ir a pagarme el dinero que me debes. He sido paciente contigo Neinte, a pesar de que vendes poco, así que quiero que seas responsable ¡y me pagues de una buena vez!  Porque si no es así, te va a doler haber nacido, ¡abre ya maldito muchacho! –Gritaba el hombre mientras forcejeaba violentamente la puerta. -Voy a volver mañana y más te vale tener todo mi dinero. Se fueron los visitantes y después de algunos minutos, Neinte se levantó de su cama, abrió la puerta y salió.

 Había comenzado a llover y toda la gente se refugiaba en locales comerciales y en sus casas, pero Neinte caminaba bajo la lluvia como si nada pasara. Llegó hasta un pequeño parque y se sentó en una banca techada, no pasó mucho tiempo para que una joven se sentara a su lado, ambos estaban muy mojados. -Hacía mucho que no llovía tanto. Neinte la miró y luego regresó su vista al suelo sin decir nada. -¡Oye! ¿no me reconoces? somos compañeros de clases, va medio semestre y no hemos hablado nunca, ¿por qué eres tan serio? -Neinte la volvió a mirar. –Cierto, me parecías conocida. –La muchacha río alegremente. -¿Y no sabes cómo me llamo? –Neinte se dio cuenta en ese momento de algo que no había notado antes, una verdad tan importante que lo hizo sentirse mal consigo mismo, realmente tenía años sin interesarse en el nombre de una persona, ¡ni siquiera sabía el nombre de sus compradores más frecuentes! ¿Desde cuándo era así? ¿Cuándo era la última vez que había hecho un amigo? Era… desde Nicolás, el amigo que lo había llevado al mundo del narcotráfico, esto era aún más deprimente. Neinte se había quedado inmerso en estos pensamientos cuando la chica continuó. –Me llamo Diana bobo. ¿Vives aquí cerca? –Neinte que tenía otra vez puesta su atención en ella, casi sin pensarlo negó con la cabeza. –¡Entonces vamos a mi casa! Así te secas mientras se calma la lluvia. –Dijo energéticamente diana.

 Llegaron a la casa de la joven, ella sacó una llave y abrió la puerta, entraron. Después de prestarle una toalla a Neinte se dirigió a cambiarse a su recamara. Neinte se quedó esperando en el vestíbulo, le parecía una casa muy grande, nunca había estado en un lugar como ese, aunque seguro no era tan grande como debía ser la casa de su patrón. Casi todo estaba alfombrado los sillones de la sala parecían muy cómodos y el medio baño de la entrada era mucho más grande que el baño completo que tenía en el cuarto que rentaba. Todo estaba decorado con cuadros de pintura y estatuas muy elegantes, por fuera la casa no parecía tan lujosa. Finalmente bajó Diana por las escaleras, llevaba puesta una pijama blanca teñida con flores azules. -¿Quieres comer algo?  -Neinte tenía mucha hambre, así que no pudo evitar mostrar una expresión de felicidad cuando escuchó esto. Diana sonrió. –Ven, creo que todavía queda pizza.

 Diana la puso en un plato y la puso a calentar en el microondas mientras le servía una taza con chocolate caliente. –Hace frío, mejor tomamos algo caliente. ¿Te gusta el Chocolate con leche? –Neinte se sentía muy extraño con tantos gestos de amabilidad, no estaba acostumbrado a que lo trataran así, y tampoco estaba seguro de haber probado antes semejante bebida. –Gracias. -Pudo pobremente decir el muchacho a pesar de que verdaderamente estaba agradecido, no sabía cómo reaccionar.

 Cuando Diana le sirvió el plato Neinte empezó a comer sin parar, era notable que tuviera hambre pues acabó pronto con la pizza. -Diana que lo observaba sentada junto a él preguntó.  –Siempre comes solo ¿verdad? –Neinte se sintió confundido con esa pregunta, nuevamente Diana lo había llevado a reflexionar sobre sí mismo, ciertamente comía solo. Pero siempre hacía todo solo en realidad, ahora comenzaba a sentirse mediocre, esa muchacha lo empezaba a molestar.

 –Pues sí, vivo solo. –Finalmente contestó. –Sí,  yo también. Bueno, algo así. –Admitió la joven. –Mis papás se divorciaron y mi mamá viaja mucho por el trabajo, así que yo también estoy sola casi siempre. –Bueno, con una casa así yo no me quejaría. –la muchacha le sonrió a Neinte. -¿Y tú por qué vives solo? -¿Yo? Bueno, es que me salí de la casa de mi tío. -¿Y tus papás? -Se murieron hace 4 años.  -Oh, perdón. –Contestó Diana afligida. –Pero eso fue hace mucho. –Dijo Neinte a manera de disculpa. -¿Entonces de trabajas? –Neinte no se había dado cuenta a dónde iba la conversación hasta ese momento, sabía bien que eso era algo que ella no debía conocer.

 –Sí, bueno, ahora no estoy trabajando, renuncie esta semana, debería conseguir otro. -¿Y dónde vives? –Neinte se sintió aliviado. –Rento un cuarto junto al hospital general.  -¡Vaya vida que tienes! A mí me gustaría ser así de independiente.  –Este gesto de admiración le arrancó una inesperada sonrisa. Por alguna razón que no entendía, Neinte se sentía muy bien hablando con ella. –No ha dejado de llover. –Dijo Diana mirando hacia una ventana. -¿Quieres ver una película?

 Neinte estaba recostado en una cama extraña, solo mirando al techo, pensando si lo que estaba haciendo era correcto, pensaba en su nueva amiga, era la primera amiga que había tenido en su vida, sentía que abusaba de su confianza, la lluvia se había prolongado tanto que le había insistido en quedarse ahí. Realmente tenía muchos motivos para desear hacerlo, aun más cuando recordaba que al día siguiente lo buscaría el narcotraficante para el que trabajaba, tal vez si le devolvía la hierba que no había vendido. Tal vez era momento de hacer algo con su vida. Tampoco podía sacar de su mente a la joven misteriosa que se le había presentado. No era un ser humano si ardía en fuego de esa manera. Tal vez era sólo un sueño, tal vez había estado soñando despierto. Aunque no parecía un sueño.

 Por la mañana Diana se despertó y se levantó, lo primero que hizo fue buscar a Neinte, pero cuando entró a la habitación, la encontró limpia, la cama tendida y las cosas aun mas acomodadas de lo que originalmente estaban, él ya se había ido.

 Neinte estaba en el cuarto que rentaba, se encontraba sentado en su cama con la droga en sus manos, esperaba que si les devolvía la droga, el narcotraficante y sus guaruras lo dejaran en paz, comenzaba a desear un cambio en su vida y para eso necesitaba dejar esa parte de su vida atrás. Al fin llegaron, Neinte aún estaba sentado mirando la droga cuando tocaron a su puerta, abrió cautelosamente. -Hola muchacho, sabes por qué venimos ¿verdad? –dijo maliciosamente el mafioso. Neinte sólo agachó la cabeza  y extendió las manos ofreciendo la droga.

 Diana iba caminando por la calle, se dirigía al hospital, esperaba encontrar el cuarto donde vivía Neinte, él debería estar ahí. Ya casi estaba por llegar, podía ver claramente el edificio, cuando vio a tres hombres arrojar a la calle a Neinte, los cuales no dejaban de golpearlo, ella se asustó y rápidamente llamó a la policía por un teléfono público.

 Después de unos pocos minutos de ver como lo golpeaban, decidió acercarse a auxiliar a Neinte, se dirigió corriendo hacia él, no sabía que podría hacer, pero sería mejor que quedarse viendo de brazos cruzados. La situación se hizo aun más desesperante cuando vio que sacaron una pistola y le apuntaron a la cabeza al joven que ya no daba muestras de resistirse. Diana no pudo evitar gritar que se detuvieran, El grito llamó la atención de todos los presentes, pero para Neinte la visión representó aun más, pues vio en Diana a la mujer misteriosa de ojos carmesí y cabello como el fuego que había estado soñando, por un instante se sintió feliz, pero sus ilusiones desaparecieron al verla caer al suelo con un disparo en la cabeza.

 Fue en ese momento crucial, cuando Neinte se descontroló, fue justo en ese instante del tiempo que finalmente, después de tanto, perdió su cordura. Y en un ataque de furia arrojó al suelo al hombre que había matado a Diana. Se escuchó entonces una patrulla acercarse, rápidamente los narcotraficantes se fueron, dejando ahí a Neinte, él encontró un arma tirada, se le había caído al hombre que disparó a Diana, cuando lo tumbó. Tomó la pistola y se fue corriendo.

 Neinte estuvo muchas y largas horas deambulando por la ciudad, estaba llorando, había pasado ya mucho tiempo desde la ultima vez que lloraba, al fin había encontrado a la persona que buscaba y no se había dado cuenta, pero ya la había perdido, aunque nadie se lo había dicho, él creía que cuando la encontrara su vida mejoraría, pero ahora había muerto y ya no veía salida al agujero donde estaba. Realmente se sentía frustrado y enfurecido.

 Esperó hasta en la noche y cuando ya era muy tarde, fue al lugar donde recogía la mercancía, era un bar perteneciente a su patrón, entró y camino hasta el almacén del local, ahí estaban dos guaruras del Jefe, Neinte sin dudarlo disparó al primero matándolo, y luego se acerco apuntándole en la cabeza al segundo que estaba perplejo mirando el arma que había perdido.

 Neinte miró a los ojos al hombre que sudaba de miedo y con una frialdad total preguntó. -¿Dónde está?  -¡No sé!, ¡No sé!, ¡No me mates!, ¡Por favor!, ¡No sé donde esta!  -¿seguro? -Empezó a apretar el gatillo lentamente. -¡Esta bien, muy bien! –chilló el hombre histérico.

 En ese momento el muchacho escuchó unos pasos junto a la puerta e instintivamente se agachó, un escopetazo que iba dirigido a él asesinó al pobre hombre. Inmediatamente después, se fue corriendo, había logrado escapar, por poco había logrado que lo mataran, pero seguro lo asesinarían pronto. En ese momento tenía una mezcla de sentimientos tan intensos que sentía le carcomían el estomago, era como una ira reprimida, mezclada con una gran tristeza, melancolía y desilusión. Tal vez, por esto y sin hacerlo conscientemente estuvo corriendo un largo rato.

 Neinte corrió hasta que no supo donde estaba otra vez, hasta que se sintió completamente exhausto, se sentó junto a un muro y empezó a llorar, no sabia con seguridad lo que estaba haciendo. En ese momento y casi instantáneamente, se liberó una tormenta.

 El muchacho titiritaba de frió, el agua caía a borbotones y no parecía que nadie se atreviera a deambular por la calle esa noche. De pronto, de la nada se escucho una voz que parecía susurrar directamente en el oído de Neinte. -Ha llegado la hora.  -¿Diana? ¿Diana eres tú? –Preguntó el joven buscando a su amiga con la mirada.  -Ahora serás mío.  –No Diana, no, no lo valgo. –Chilló el muchacho.  -Tú no decides cuanto vales, eso lo decido yo.  -¡Pero te dejé morir! -La muerte es un estado que solo los vivos conocen, le dan un nombre a algo falso, que realmente no existe.  -Aún así, yo sólo soy basura, no soy nada. –Neinte lloraba amargamente, sentía que en cualquier momento, la garganta se le cerraría tanto que enmudecería. -Tan sólo eres un ser que se alimenta de sus sentimientos, alguien que se deja llevar por la pasión del silencio, ahora déjame llevarte conmigo.

 -En ese momento apareció la mujer misteriosa de ojos color carmesí y cabello como el fuego, se acercó a Neinte y lo tomó suavemente de la cara, la piel de la misteriosa joven le pareció muy suave y su calor a pesar de ser tan fuerte, no le provocó ningún dolor. -Bebe de mí y vivirás por siempre. –La joven acercó sus labios a los de Neinte para besarlo, pero antes de siquiera se tocasen, él la detuvo. -¡No! ¡Déjame en paz!, ¡vete de aquí! por favor, nada más vete, no merezco existir, toda mi vida, toda mi vida ha sido un desperdicio de tiempo, no merezco ¡nada!, nada. –Neinte no podía parar de llorar. Con esto la Misteriosa mujer desapareció, él tomó la pistola, se la colocó en la cabeza, cerró los ojos; y después tan sólo se escuchó un estruendo que finalizó con la tormenta, una vida más se había extinguido, un alma en pena se había liberado.




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