miércoles, 3 de noviembre de 2021

Abadón El ángel exterminador (Cap. I - El recién nacido)

 -Es una gran tragedia. –Comentaban los conductores del programa musical matutino- Haber fallecido a tan corta edad. –El pequeñito seguro irá derechito al cielo. –Sí, sí, sin intermediarios llegará derechito con Dios. –Claro, Dios lo recogerá directamente en su regazo. –Ahora será un angelito de Dios, enviamos nuestras condolencias a la familia y todo el apoyo que podamos darles. –Así es Javier, pues nada más que comentar que los caminos de Dios son misteriosos y que a veces cuesta entender su voluntad, pero el pequeño pues ya está en un mejor lugar. –Así es, así es. Ahora vamos con una canción de los grandes del momento…

Sara quitó la radio que escuchaba en su teléfono, ella había conocido al pequeño Raúl, hijo de una amiga de su hermana mayor, no había alcanzado su primer año de vida. Su familia era muy querida en la ciudad, era gente muy apegada a la iglesia. Se preguntaba qué mal estarían pagando o de que desgracia se habría salvado el niño con su muerte, más aún considerando la terrible manera en que había perdido la vida, secuestrado y torturado, sino la más, una de las víctimas más violentas del narcotráfico. ¿Sería verdad que se convertiría en un Ángel? Se preguntaba la jóven. Esa muerte no podía ser obra de otro que del demonio mismo.

 Bajó del autobús con estos pensamientos, había una multitud de personas vestidas de negro afuera de la funeraria donde velaban al infante. Ella realmente no quería estar ahí, “De todas maneras a nadie le gustan los funerales” pensó.

 Al entrar al recinto ya escuchaba los llantos de los familiares, buscó rápidamente con la mirada a su hermana, no la encontró. No conocía a nadie ahí, ni siquiera a la madre de Raúl, la había visto un par de veces con su hermana, pero nunca había hablado con ella. Siguió el sonido de los lamentos hasta que llegó al féretro. Ahí estaba la mujer llorando desconsolada, Sara no recordaba su nombre. Se preguntó si sería prudente acercarse, después de todo estaba ahí para darle el pésame. Observó a la gente que rodeaba al niño, todos estaban destrozados, la imagen le causaba ganas a ella misma de llorar, se resistió. Le llamó la atención un hombre de gabardina negra, parado a los pies de Raúl. No le veía el rostro, pero parecía ser el más tranquilo de los presentes.

 Caminó hasta la madre del difunto que apoyaba su cabeza sobre el féretro. Con cuidado le tocó un hombro. Cuando la mujer la vio, se arrojó a sus brazos mientras gemía desconsoladamente -¡Mi niño! ¡Mi niñito! –repetía una y otra vez. La abrazó con fuerza tratando de calmarla, no sabía que decir, ella misma estaba a punto de soltar el llanto cuando sintió que la mujer dejaba caer su cuerpo, apenas pudo sostenerla mientras los hombres más cercanos se acercaban a ayudar. Se había desmayado.

 La jóven se sentía muy asustada, retrocedió unos cuantos pasos y su hombro rosó con el del hombre que estaba a los pies del niño. Le pareció extraño que estando todos los presentes atentos a la afligida mujer, él fuera el único a quien pareciera no importarle. En ese momento el hombre giró y observó a Sara con atención, parecía sorprendido. A ella le impresionaron sus ojos verdes cristalinos, tenían algo fuera de lo común, pero no supo distinguir qué. El hombre sin decir palabra alguna se retiró rápidamente. Sara le siguió con la mirada hasta que lo perdió entre la multitud.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario